“No tenemos las respuestas pero, aun sin ellas, solo por buscarlas, nos hacemos ya responsables, y esto es todo y solo lo que en verdad cuenta, porque esto es todo y solo lo que de nosotros depende.
José Luis Aranguren

Existía un lugar muy lejano rodeado de mar casi por todos lados, menos por uno. Lo unían al continente intensas emociones, sueños y también, pesadillas. Los lugareños lo llamaban la Península del Silencio.
Esperanza había crecido en ese lugar. Amaba vivir allí, tanto, que si le hubiesen permitido escoger dónde haber nacido —teniendo como límite los confines más distantes o cercanos del mundo entero— nuevamente, hubiese seleccionado a esa punta de paradojas. El trazo de tierra cumplía un ciclo interminable rodeado de poderosas aguas azul/neblina, oscuras como una noche de escasas estrellas. Al frente, a lo lejos —aunque no tanto— había un sitio muy peligroso que pocos querían determinar, al menos no actualmente. En otra época, quizás, cuando era útil y necesario. Ideal, pero ¿Ahora? Como suele suceder, el tiempo dio su vuelta en la infinitud, giró en sí mismo hasta verse cara a cara —entonces— fue cuando ocurrió lo inevitable… y lo que antes se veía bien, aprovechable, de pronto ya no lo fue más. La realidad se había transformado. Habían emergido categorías distintas para el nuevo contenido: la transculturización. La esencia de la virtud, la ética y sobre todo las leyes, tuvieron que reinventarse porque ya no pudieron seguir sosteniendo la libertad de hacer lo impropio y pretender, hacerlo pasar por justo.
El océano, que antiguamente servía para traer a esta parte lo que se deseara ¡Lo que fuese! paulatinamente, fue convirtiéndose en una acuosa anarquía, cosmos inmanejable cuyo desorden indetenible, resultaba cada vez más perturbador. El escenario había sido perfecto cuando tenía una sola dirección; es decir, traer para sí lo significativo pero no al revés. El tácito plan consistía en que, quienes venían, cumplían el objetivo y luego, se iban. Cuando comenzaron a quedarse, el todo perfecto, transmutó a agonía ¿Quién podría desearlo? ¿aceptarlo? ¡Que ocurrencia!
La novedosa circunstancia fue complicándose muy rápidamente. Cuando más anhelaban su antigua forma de vivir, su estilo, sentían que lo estaban perdiendo, esfumándose a una velocidad muy intensa respecto a la capacidad que tenían para entenderlo ¡Cuánto miedo rodando por todos lados!… y fue eso precisamente lo que animó la construcción del inmenso muro, justo en la mitad del mar. Hacía rato que la comunidad no había experimentado un punto cohesivo, un lazo de unión tan homogéneo como en esta oportunidad. Aprobaron los recursos unánimemente. Los habitantes organizaron festivales para recaudar más fondos, se alistaron voluntarios para ejecutar la obra, las madres dormían a sus hijos con inventadas canciones de cuna apropiadas al momento <<—Mi bebé adorado, duerme tranquilo ¡Allá se quedarán!>> ¡Que idílico instante! Cada uno involucrado acorde a sus capacidades ¡Hasta las ancianas! En las tardes, se reunían a tejer emblemáticos tapices con fondo azul resaltando en el medio, la imponente fortaleza. Esperanza luchó hasta el final, al parecer, era la única a quien el proceso de transculturización no intimidaba. Por el contrario, lo experimentaba como una aventura socio/intelectual fascinante.
La construcción fue muy difícil. Tal vez hubiese sido más fructífero promover reuniones para desarrollar una visión colectiva de lo que sucedía <y por qué> antes de lanzarse al vacío. Los recursos destinados para el desarrollo se fueron diluyendo en materiales, equipos y profesionales calificados para llevar a cabo una empresa tan comprometida <fraguar el hormigón en medio del mar> y aunque ya se había hecho, nunca se había intentado en semejante longitud. Desde la península, la inmensidad dejó de tener horizonte. Las miradas se detenían, chocando con aquella muralla blanca, espesa y extensa… pero lo peor, fue la millonaria inversión, la cual jamás generó beneficios; por el contrario, como consecuencia, la economía se fue en picada. Incontables habitantes fallecieron en la construcción. A nadie le importó, ni siquiera a sus familiares. Su muerte representó la visualización y norte en los ecos de la península.
Finalmente, el resultado fue muy mediocre. La tierra de Esperanza no volvió a ser la misma. Si bien habían conseguido detener lo no deseado, las consecuencias fueron catastróficas. Ellos, también habían quedado aislados y postrados. Hasta lo útil, dejó de llegar.
En cuanto a Esperanza, murió misteriosamente tapiada entre el muro, el silencio y el cielo. En su boca, emergió una gota de luz.
