OJOS DE LIENZO

El corazón debería de ser más benévolo y su palpitar más sensible.
—¿Acaso no se agota su latir cuándo persigue al sangrar de la vida?—
Los segundos gimen enmudecidos entre pulso e impulso —tiempo sin reloj precediendo al único instante impostergable— subyugación a la Sombra del ser ante la muerte.

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Nació en el centro de los aullidos. De Realismo Mágico.

Figuras con bocas de dragón vociferaron profecías apocalípticas. Manos de fuego lastimaron a la dulce piel de su inocencia agotando al primigenio estímulo que impele al fulgor infantil. A párpado cerrado, se hizo intuitiva —sin ver— era capaz de reproducir a la esplendorosa delicadeza oculta tras pistilos aún no nacidos, comprender el aleteo elegante de una sola mariposa o la versátil conversación de las abejas cuando laboraban en sus colmenas. Había vislumbrado el cómo huir al lugar donde nadie podía tocarla.

Anastasia y sus bifurcaciones. Su casa la tangible constituía el cuadrilátero de enfurecidos púgiles su hogar, el imperceptible conjugaba al móvil universo de serpenteantes estrellas divagando en su interior: cosmos de paraísos habitado por gusanos parlantes, soles fríos, lunas tibias y planetas sin gravedad. La experiencia poética fue prefijando en su corazón al distintivo sello de la soledad creativa, alter ego incuestionables de sus verdades irracionales. No sería correcto y menos, justo  definirla como una ermitaña. Más allá de… ¿Está realmente solo, quién se percibe en su vena artística?

La ciudad. El afuera. La monotonía que arruina. La familia disfuncional. El dolor existencialista. Cúmulo de peligrosas bocanadas esculpiendo carnes sin alma: odio, ambición, violencia, discriminación de la más horrorosa supurando bacterias entre los «otros» —nosotros—«ellos» y «aquellos». De la Guerra del Sin Fin, voraces serpientes eternamente hambrientas afilan el sopor de su veneno procreando a la Diosa de la Venganza. No para Anastasia. Ella era escritora. Se protegía detrás de sus inmensos ojos, más grandes que el promedio en un 70%. Aún cerrados, atrapaban tanta iluminación que en vez observar, filmaban en Súper8 luego ¡Se suscitaba la magia! inexplicablemente, sellaba al todo en sus adentros iniciando la danza de los poros extasiados. Escribía sin parar durante horas… en Braille. Muchos pensaron que era ciega ¿Para qué desmentirlos? En cierta manera era así ¿Acasos sus pupilas tal halcones no habían tocado a la flama de lo imperceptible, a su esencia? ¿No eran sus dedos titanes intuitivos, tecnología de punta localizando entre el aire a las cuánticas moléculas del miedo incluso en los enrevesados confines del planeta tan lejos de ella? El apego maniático de los egos enfermos, las llamaradas de los padres psicóticos, la grotesca fragancia del desprecio, el transparente color de la sociedad indiferente. Felizmente, no solo habían oscuridades de haber sido así, hubiese sido otra más de los exactos. Disfrutaba, maravillada, cuando detectaba las sutiles y potentes vibraciones del beso auténtico aunque se revelara a kilómetros de distancia, miradas rozando al fondo de la eternidad en la fusión de silentes sinfonías alcanzando a la perfección. Tuvo que escoger y escogió. Sin duda alguna, era preferible que asumieran que era ciega. No quería jamás ni nunca arriesgarse a perder, sobre todo, cuando ya había perdido. Entre el ser y el parecer, existe el abismo del fanatismo, aglutinado foso de supuestos y paradigmas, invisibles líneas delimitando la frontera de la comprensión sensible respecto a la esclavitud sociocultural. Si descubrían que era ciega sin serlo concluirían que estaba demente sin estarlo. Nada más demoledor que la ignorancia.

Muy temprano, Anastasia salía con su bastón, los inmensos párpados cubiertos con la venda del lienzo y sus antenas, al 100%. El amanecer poseía grandes cualidades, por ejemplo, todavía el silencio estaba quieto, las ambiciones recién despertaban ávidas por beberse a sí mismas, desesperadas por eliminar los vestigios de tan atroces pesadillas precedentes y los malos augurios que suelen acompañarlas. No lo conseguían pero igual, repetían el guion. Los «aquellos” vestían sus engaños acicalando a la mediocridad del ser vacío y ella, absorbiendo a la autenticidad de tales horrores sin que ninguna mancha la corroyera.

Al final de la tarde, retomaba su paseo <está vez> la ciudad emitía olor a sangre descompuesta. La vergüenza de quienes vendieron demasiado de sí mismos, se aglomeraba como un gel a las puertas del ocaso ensombreciéndole la mueca a la fachada del hormigón. Muchos no sobrevivirían la madrugada que se avecinababueno, no necesariamente, literalmente por experiencia de la ciega, sabía que sí existían muertos vivientes. Luego de vagar lo suficiente, regresaba a su casa bien recargada <como una batería solar después de haber estado expuesta a la inclemencia del verano> se sentaba ante el Braille ¡Abría los ojos y viajaba! Daba rienda suelta a infinitas opciones que resoplaban en sus pensamientos sabiamente cosidos a la intuición. La novela iba por buen camino, los personajes eran poéticos, resplandecientes seres dotados como Dioses con la fuerza energética del altruismo, desapego que aglutina a la grandeza atizando al amor y al perdón. Calibraba cada palabra como si estuviese detectando uranio enriquecido ¡Necesitaba plasmar con la precisión de un bisturí al reflejo invertido de lo no visto! Sus hábiles sentidos poseían memoria individual. Cerebro propio carente del azote del raciocinio.

No deseaba quitar o poner. La idea era desglosarlo todo en sus partes más complejas una a una simbiosis uniéndola a los núcleos atómicos del enmudecimiento absoluto, sumatoria de virtudes desvaneciendo con la silueta del arte al lienzo que enturbia a lo supremo.

Del reverdecido corazón ante el preludio de la muerte, transitaría hacia liberador despertar de la trascendencia. No moría con los ojos abiertos y menos, caminando vestida de soledad.

EVANGELINA

«El momento más solitario en la vida de alguien es cuando ve cómo su mundo se desmorona, y todo lo que puede hacer es mirar fijamente».

F. Scott Fitzgerald
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La noche arropaba sus párpados abiertos. Evangelina, pensaba, divagaba. Insomnio.

«La soledad puede tener un sabor amargo aunque no sea su cualidad per se. Puede llegar a elaborar singularidades e intensas conmociones ¿Deslices entre el miedo y la culpa? Parecen sinónimos pero no. Viéndolo bien, la culpabilidad siempre es un asunto aparte. Conforma sólidos absolutos, venganzas estructurándose en lo más profundo animadas por el acervo sociocultural y la experiencia que se fortalece al vivirla. El miedo va más del instinto primigenio, del Cerebro reptiliano y sus recovecos: conjunto de gérmenes variados y poderosos cuya raíz se instala como el tifus: abre cavernas, agujeros de gusano desorientándonos hacia una existencia plagada por confusiones y complejas manifestaciones. Contaminación de la psique, vacío. Habría que ver qué significa eso exactamente. El vacío se niega a sí mismo. Supongamos que existimos de este lado del universo y del otro lado— presuntamente, está la nada y su ausencia totalitaria— ¿Cómo sería? ¿Cómo un punto, un espacio en blanco, en negro? Si hay algo lleno, la contraposición «lógica» sería lo contrario, pero ¿Cómo representar a ese no algo impensable? Los paradigmas que hemos interiorizado lo dificultan y justamente, esa incapacidad para siquiera imaginar a la nada, va conjugando en la sangre de lo inconsciente, a la soledad, al miedo y la culpa.»

Evangelina caía en esas especulaciones. Pasaba la noche entera alucinando ¿Cómo sería esto si aquello fuese…? o, ¿Qué resultaría si en vez de…? ¿Qué variación cuantitativa sería susceptible de evaluación si se diera el caso de…?

Su soledad era una de esas trampas bien montadas por el inconsciente ¡Represión al tono máximo! sin huecos intermedios donde sembrar inquietudes o dudas ¡Todo parecería ir bien! y si analizaba mucho ¿Podría considerarse como una anti facultad, especialmente —en un momento histórico— controlado por la razón?

…entonces ¿Para qué agobiarse indagando sobre los posibles traumas qué podrían incidir en su habilidad para profundizar más allá de…, si a fin de cuentas, el daño ya está consumado? Tampoco estaba segura que traer a la realidad al sufrimiento de la infancia —o a cualquier otro de los tantos— le devengaría alguna ganancia. No le veía sentido. Lo escondido debe permanecer así, cuánticamente inalterable, atado a la nada y al vacío, ambas instancias impronunciables. Ninguna de sus divagaciones implicaba contacto con sus vivencias y menos, con los sentimientos que el tiempo, sabiamente, había catapultado. Ella no soñaba.

El lema de su padre fue una cita de Jung —de quien posiblemente, sabía poco o «nada»—: “Todos nacemos originales y morimos copias” ¿Copias de quién? Ella no se sentía copia de nadie ni siquiera de su padre. Su madre lo abandonó —bueno— los abandonó cuando ella apenas tenía cinco años. Ni recordaba su rostro o su olor. Únicamente, existió su padre quien era casi único: hostil en demasía, arrogante, agresivo, asocial, solitario. Insoportable. Solo ella tuvo el privilegio/obligación de conocerlo y no se lamentaba. Era fuerte como una peñasco, lo suficientemente agresiva como abrirse campo en un mundo machista e inhóspito y en cuanto a la soledad ¿No es mejor solo que mal acompañado? La verdad sea dicha. Por más que reflexionaba, no conseguía entender qué lógica había movido a su padre hacia esa cita ¿Morimos copias? ¡Que absurdo! Amaneció.

Evangelina trabajaba en el Centro Nacional de Patentes e Inventos, institución próxima a cerrar por carecer de registros originales. Esas «copias» estaban dando como resultado la consecuente disminución del presupuesto. Su día a día era una absoluta desgracia, repetitiva sumatoria de supuestas originalidades. Ahí sí se podía aplicar la famosa cita favorita de su padre.  Hora tras hora, tenía la obligatoriedad de recibir en su despacho a seres vanidosos visualizándose a sí mismos como genios, alardeando—además— de sus patéticas invenciones. Ninguna pasaba ni siquiera, la primera prueba —la suya— reconocida experta en Historia de los inventos y del análisis histórico que implicaba. Hubo un guapo/físico/profesor universitario quien arribó a su oficina intentando patentar a la rueda en pleno siglo XXI. Alegaba que su «rueda» era completamente distinta.  Estaba convencida que el facilismo había propagado un horror implacable atizando la falta de iniciativa en pro de la inmediatez del éxito. La sed de dinero fácil era la principal plaga que cohesionaba al mundo —contradicción engendrando, simultáneamente— al veneno que lo desmembraba ¡Era tan sencillo apreciarlo! Apenas entraban al Instituto ya lo sabía ¡Ahí vienen, de nuevo, otra fotocopia! —pero, hasta en la paradoja del hastío, incluso, lo más aburrido— puede alcanzar la gloria de sorprender.

Un día se suscitó una novedad. Una señorita de ojos fijos y atuendo nada convencional, se plantó ante ella con simple ligereza y hasta humildad. Revelación.

— Buenos días. He venido a registrar y patentar este invento, producto de mi creación…

—Buenos días ¡Siéntese! Pues bien… Comience detallando su Exposición de motivos.

Con calma, la chica sacó de una caja un extraño instrumento el cual fue montando pieza a pieza con la delicadeza de un orfebre. Poco a poco, el artefacto fue tomando forma hasta convertirse en una especie de casco con círculos/espejos adheridos alrededor de la coronilla. Cada circunferencia estaba incrustada en tubos de micro cilindros vacíos, hechos de un material que parecía cristal.  Una vez armado, se lo colocó en la cabeza.  Cuando estuvo bien ajustado, algunos círculos se fueron iluminando —dentro de ellos— comenzaron a aparecer rostros o eventos, algunos sórdidos, otros agradables. En determinados momentos, la chica parecía impactada por el dolor, luego ¡Un flash! transmitía estar invadida por una inusitada calma y hasta agradecimiento. Sus facciones saltaban del miedo al placer, del espanto a la sedación. Evangelina estaba impresionada, jamás ni nunca alguien había creado un dispositivo semejante. Impresionada, preguntó.

—¿Qué clase de combustible permite que funcione? ¿Qué significa lo que hace?

—Se activa con los pensamientos. Mientras más auténticos en cuanto a su origen, más nítida se verá la imagen y se captará su significado . La energía del pensamiento pasa por los tubos y se consolida en los espejos cilíndricos mostrando la emoción/sentir que los mantiene vivos.

—¿Podrá desarrollar qué quiere decir con “auténtico” y “origen”? ¿No son todos los pensamientos genuinos, fidedignos al ser que los posee?

—Fidedignos, sí, manipulables, también. Hemos aprendido a escondernos de nosotros mismos, a cubrir el sufrimiento como si fuera una represalia de la existencia, cuando en realidad, el dolor forma parte del existir tanto como la muerte.

La conversación penetrante —Evangelina— juez y condena. La chica, hilando.

—Somos negación, represión. Bajo esos mecanismos inconscientes, surge un desbalance, abismo directo al insoldable desequilibrio emocional.  Asumimos estar bien simplemente por desconocer lo mal que estamos. Rechazamos al miedo, justamente por el temor que genera aceptarnos frágiles, afectados y vulnerables como niños extraviados. Tema de supervivencia.

A pesar de lucir interesante, Evangelina no le vio utilidad al artefacto ¿Qué sentido tiene “descubrirse” para sufrir? ¿Hay que sufrir dos veces, ayer y hoy?  Empero, intuía que podría servir para algo aunque no determinaba exactamente para qué.

—¿Se puede adaptar a cualquier cabeza? o ¿es necesario hacer uno personalizado para cada quien?

—Sí se puede. Consta un adaptador ajustable a diferentes diámetros, diseño que permite que sea utilizado en diversos cráneos. Previamente, es indispensable resetearlo, eliminarle toda la información de la última persona que lo haya utilizado. Dejarlo como si fuese la primera vez.
¡Evangelina sintió tanta curiosidad! No pudo contenerse.

—¿Existen efectos colaterales?

—En los estudios que he realizado, el 20% de los voluntarios sufre una especie de colapso emotivo. Suelen ser personas muy desconocidas de sí mismas –entonces– intempestivamente, el pasado se abre con todas sus represiones y si jamás se ha reflexionado sobre el cosmos interior ¡El impacto resulta sobrecogedor!  Sin embargo, nadie ha muerto. Igualmente, considero imprescindible una previa evaluación médica, física y psicológica con el objetivo de evitar o disminuir el porcentaje de riesgos.

Evangelina experimentó una inquietud inquisitiva —¡Ningún fallecido!— eso ya era bastante. La tentación la carcomía como nunca antes.

—Otro punto importante. Lo que se ve —continuó la inventora haciendo hincapié pausadamente —no son recuerdos exactamente, sino la emoción que quedó impregnada en la psique acorde a la simbología que hemos interiorizado según la experiencia sociocultural. Ese proceso está unido esencialmente a los patrones familiares, carga genética, sin duda, biológica. Somos la expresión que ha sido esculpida desde lo palpable al no tiempo y viceversa… Condensamos una infinidad de variables en el cosmos propio y esas particularidades nos hacen únicos. Por supuesto, se trata de una exclusividad relativa ya que, también, va referida al Inconsciente Colectivo. Las emociones son irracionales, por esa “razón”, las imágenes que transmite la herramienta que he creado, reproduce las formas que usted observó en mí cuando utilicé el equipo, son mi “exclusividad”. El núcleo de la cuestión es que no son precisamente eventos o personas y menos, sus rostros, son la representación de las emociones que se han transformado en símbolos. Es otro lenguaje y ahí esta la revelación.

—Todos esos “argumentos” serán evaluados en los siguientes niveles —respondió Evangelina sarcásticamente —claro, no habrán próximos niveles en caso de que no nos entendamos en el primero. Me da la impresión que no ha entendido cómo acceder hacia el destino de la patente: o me permite probar su invento o no lo recibo ni lo registro.  En definitiva soy quien decide que sí y que no. Créame, puedo certificar que es la copia de un bosquejo realizado por Miguel Ángel en el 1500 y tantos ¡Nadie tendrá duda de mi capacidad para censurarlo!  Soy muy respetada local e internacionalmente. Triste que su invento pase a la historia sin haber andado un solo paso. Le propongo firmar un compromiso de carácter legal el cual expresé que por decisión propia, he asumido probarme su creación.

Ante esa propuesta impositiva y con el temor de caer en el vaivén burocrático, la científica aceptó, supeditando la rigurosidad del Método Científico a la emoción desencadenada de su ego.

Una vez firmado y sellado el compromiso entre las partes, la científica dio inicio al proceso de resetear al equipo hasta dejarlo completamente en blanco. Cumplido lo básico y saltándose lo significativo, lo colocó en la osada cabeza de Evangelina, quien entre ansiosa y animada, colaboraba con la inventora informándole sobre las sensaciones que suponían que el casco ya estaba bien ajustado. Culminado el proceso, Evangelina se irguió esforzándose tras la paradoja de concentrar y simultáneamente, liberar algo elocuente de lo cual no tenía idea alguna. 

El artefacto se fue iluminando muy rápidamente. Tanto Evangelina como la inventora vibraban a la espera. Pronto, los cilindros comenzaron a irradiar espesas imágenes, colmándose con una especie de oscuridad brillante. Mientras que transcurrían los tensos segundos, el silencio de la ansiedad transmutó a Big Bang animando a la metamorfosis de su estallido.

Primero, Evangelina experimentó un fuerte corrientazo – luego– una lluvia de chispas salió despedida de su cabeza a medida de los cilindros reflejaban una cueva en cuyo fondo, algo ovalado y minúsculo se iba acrecentando —dando, finalmente, forma— a un ojo de mirada fija en cuyas gigantescas pupilas, danzaban pequeñas Evangelinas desnudas y con los brazos cortados. Alrededor de la caverna, manos clavadas entre la roca gemían con dolor descarnado, abriendo y cerrando las ensangrentadas bocas que latían sobre sus puños apretados —aterradores lamentos— generando tanta fuerza como espanto. El no tiempo arribó con el poder de lo absoluto cayéndole encima a Evangelina a la velocidad de la luz —ahora, su rostro—sufría la transformación de la revelación.

Los cilindros emanaban la retorcida estampa de un vórtice esbozando la apertura del dolor sin barreras. En ellos, se había instaurado una única imagen, ——aunque subdividida en cada uno— pero si era vista en cuanto a conjunto, conjugaba al símbolo del solo ojo: al Cíclope de la madriguera. Evangelina alzaba los brazos desesperada por quitarse el casco, desplegaba los labios pero el sonido que emitía el artefacto anulaba la capacidad audible de su voz. Los ojos se desorbitaron, tanto, que el derecho se salió de su cuenca y le quedó guindado sobre el pómulo a medida que el cuerpo se le sacudía convulsionándose violentamente.  Por más que la inventora se esforzara por quitarle el aparato, cada vez que se acercaba a Angelina, salía disparada como si un campo electromagnético la rodeara cubriéndola con un gel invisible. La cabeza de Angelina comenzó a chamuscarse, el casco parecía comprimirse en sí mismo apretándole el cráneo en un rictus demencial que lo hacía sangrar. La científica se fue deslizando en la idea de asistir a Evangelina por la espalda y zafarla del equipo pero cuando estuvo detrás de ella, la cabeza de Angelina se volteó bruscamente fracturándole el cuello.

El artefacto —finalmente— se apagó, extinguiendo consigo al Cíclope de la madriguera.

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